martes, 8 de noviembre de 2016

En silencio


La vi entrar en el restaurante y pensé que era ella: su mismo cuerpo, igual cara, idéntica esbeltez. Pero tras observarla detenidamente durante más de una hora y a corta distancia, tuve que desechar la idea. No era ella, pero por el parecido físico y la edad, más de cuarenta, o frisando en unos cincuenta increíblemente llevados, me consolé pensando que podría ser su gemela. En cualquier caso, me enamoré de ella como lo hice de su hermana hace ya años, en silencio, que es la mejor forma de enamorarse: con discreción y sin la posibilidad de la decepción del desamor. Aunque verla abandonar el local me provocó una punzante melancolía que tuve que diluir en mi copa, pero eso ya es un clásico, nada irreparable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario