Ante la muerte de una niña de 12
años por hacer botellón, surgen preguntas punzantes, hirientes: ¿qué hacían sus
padres en el momento en que su hija se intoxicaba mortalmente? ¿cómo son sus
padres? ¿fueron engañados por su hija y creían que hacía otra cosa? ¿qué
sociedad es aquella que hace que niños de esa edad sientan más interés por
beber alcohol que por leer un libro de Los
cinco, o que sus padres, al menos, no les inciten a esa lectura? Morir joven
siempre es estúpido, especialmente si es
por un accidente evitable, pero esto es un asesinato que no tendrá condena.
Otro crimen impune.
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