sábado, 8 de octubre de 2016

El infierno, o algo parecido


Confesaré que una vez entré en un gimnasio, aunque en realidad no pasé de la recepción, lo que si bien no me exime de culpa en mi lamentable proceder si al menos atenúa un poco el castigo que merezco. Andaba con algo de sobrepeso y creí que era mejor un gimnasio que ponerse a practicar un deporte de equipo para el que tampoco tenía compañeros, así que me dispuse a entrar en uno de esos templos de la estulticia a los que casi todo el mundo se apunta-matrícula gratis-pero casi nadie va. Fue imposible: ya en la recepción el olor a humanidad sudada era insoportable, mientras por allí merodeaban tipos cebados como pavos en Navidad y con muchos tatuajes que hablaban como solo los quinquis saben hacer. La recepcionista, una choni con pinta de adicta a Tele5, me preguntó qué quería. Adelgazar, le dije, pero veo que aquí todos están a punto de reventar. Salí con paso veloz buscando el reparador aire putrefacto de la contaminación automovilística.

No hay comentarios:

Publicar un comentario