El restaurante podría, y debería,
haber sido otra cosa: un buen entorno, la playa cerca, facilidades para aparcar…Pero
el dueño se había emperrado en convertir aquello en un sitio infecto al que
ya solo acudían las cucarachas, unos insectos hermosos, lustrosos, unos bichos
que se movían con plena soltura entre las mesas y las sillas, la barra y la
cocina. Poco a poco, los escasos humanos que por allí se acercaban acabaron
huyendo despavoridos en busca de una competencia más higiénica. Un buen día, un
lugareño y antiguo cliente puedo apreciar que de buena mañana salían del interior del restaurante
unos hombres hermosos, lustrosos, por lo que solo pudo aventurar una conclusión que intuía irrefutable:
como en aquella obra maestra de Kafka, pero a la inversa, los insectos mutaron
en humanos, en unos improvisados Gregorios Samsa. Toda una metamorfosis. ¿O
mejor transformación?
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