sábado, 17 de septiembre de 2016

El rubor


El chico de la farmacia acudió raudo a la despensa para despachar la receta que le había sido mostrada. Pero no era fácil de encontrar, pues Cialis no era un analgésico o un antiinflamatorio que se vendiese a porrillo, y cada empleado lo ponía, a modo de escondite, donde más le apetecía. El cliente se impacientaba, por lo que ya no era un paciente sino todo lo contrario. Cuando el dependiente llegó con la cajita, el hombre dijo, con la cara enrojecida, que aquello no era para él, que era para su padre. Ante esa excusa no solicitada, otro empleado de la farmacia que contemplaba la escena no pudo menos que sonreír y decir al cliente que el enrojecimiento facial aparecía después de tomar esa medicación, nunca antes.

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