El chico de la farmacia acudió
raudo a la despensa para despachar la receta que le había sido mostrada. Pero no
era fácil de encontrar, pues Cialis no era un analgésico o un antiinflamatorio
que se vendiese a porrillo, y cada empleado lo ponía, a modo de escondite, donde más le apetecía. El
cliente se impacientaba, por lo que ya no era un paciente sino todo lo
contrario. Cuando el dependiente llegó con la cajita, el hombre dijo, con la
cara enrojecida, que aquello no era para él, que era para su padre. Ante esa
excusa no solicitada, otro empleado de la farmacia que contemplaba la escena no
pudo menos que sonreír y decir al cliente que el enrojecimiento facial aparecía
después de tomar esa medicación, nunca antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario