Siempre tuvo el final del verano
un aire melancólico y una sensación de orfandad, pero con la primera juventud
todo ese pequeño desastre quedaba mitigado por el inicio de la cuenta atrás
para el verano siguiente. Superada una cierta edad y cuando el tiempo vuela con
saña, ya no queda ese consuelo, quizá porque se tiene la certeza de que ya bastantes
cosas no están por delante, otras ya están vistas y cada vez son más los imponderables
a valorar de cara a un próximo estío. Llega el otoño, se va imponiendo un ocaso
en el que no es fácil encontrar más acomodo que el de la nostalgia. Ley de
vida, aseguran los más conformistas. Lo será, pero ley injusta, como tantas.
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