Mucho se habla de la cuesta de
enero pero también existe la de septiembre. Para los que tienen hijos en edad
escolar es un mes nefasto, principalmente por el desembolso en libros, un
negocio fantástico para unos cuantos que no desaparece de ninguna de las maneras,
ni aunque se dispare el número de incendios forestales. Hay papel de sobra y
gobiernos que amparen el saqueo. ¿Y las nuevas tecnologías? Depende, pero para
esta cuestión no existen. Dejando al margen otras consideraciones, es
curioso que escolares que llevan un ordenador portátil a clase deban seguir cargando
una montaña de libros embutida en una cartera que echan sobre sus lomos. Tanta,
delirante protección de la infancia y no hay político que finiquite el negocio
del papel, ni siquiera con la excusa de cuidar las espaldas de los escolares. ¿Y
el defensor del menor? Otro político. De libro.
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