Hace tiempo que sostengo que
padecemos una inflación de derechos, especialmente sangrante en el caso de algunas
minorías ya no tan minoritarias que aprovechan el pozo sin fondo de la
discriminación positiva para campar a sus anchas.
No discutiré el tema espinoso de
la reserva de plazas en favor de minusválidos, sea en lo público o en lo privado,
cuyos beneficiarios, en no pocas ocasiones, son los familiares de aquellos que
padecen la minusvalía. Sólo contaré una anécdota reciente. Una amiga, con trato
de favor en un aparcamiento privado pero que no tiene todavía la tarjeta que le
otorga ese pequeño privilegio, que deja su coche en una plaza de minusválido
por despiste, aunque esa noche había plazas de sobra. A la mañana siguiente
encuentra una nota manuscrita en su parabrisas que le aconseja que no vuelva a
hacerlo, pues en ese caso sus neumáticos correrían serio peligro.
Ante la nota, y entre risas, me
dice mi amiga que hay cámaras y que se podría ver quién ha proferido una amenaza
tan clara, y con tanta chulería y mala leche. Le aconsejo que se olvide, pues creo
que para el sistema que nos rige es más grave y reprochable su ocupación de la
plaza reservada que la amenaza recibida. Huyamos, le digo tirando de su brazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario