lunes, 12 de septiembre de 2016

Reservado


Hace tiempo que sostengo que padecemos una inflación de derechos, especialmente sangrante en el caso de algunas minorías ya no tan minoritarias que aprovechan el pozo sin fondo de la discriminación positiva para campar a sus anchas.

No discutiré el tema espinoso de la reserva de plazas en favor de minusválidos, sea en lo público o en lo privado, cuyos beneficiarios, en no pocas ocasiones, son los familiares de aquellos que padecen la minusvalía. Sólo contaré una anécdota reciente. Una amiga, con trato de favor en un aparcamiento privado pero que no tiene todavía la tarjeta que le otorga ese pequeño privilegio, que deja su coche en una plaza de minusválido por despiste, aunque esa noche había plazas de sobra. A la mañana siguiente encuentra una nota manuscrita en su parabrisas que le aconseja que no vuelva a hacerlo, pues en ese caso sus neumáticos correrían serio peligro.

Ante la nota, y entre risas, me dice mi amiga que hay cámaras y que se podría ver quién ha proferido una amenaza tan clara, y con tanta chulería y mala leche. Le aconsejo que se olvide, pues creo que para el sistema que nos rige es más grave y reprochable su ocupación de la plaza reservada que la amenaza recibida. Huyamos, le digo tirando de su brazo.

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